Llámame nada

Tu no tienes nombre.Eres simplemente un objeto, un instrumento que tu Amo podrá llamar como quiera y usar en cualquier momento para obtener placer sexual o mental. Tu obligación es darle el máximo. Vanessa Duriès, La Atadura

Prologo

Ella sólo quería estar desnuda

Autor: Andrés Urrutia. (Seudónimo). 1999
Primera Edición abril 2001 en www.badosa.com
Libro gratuito.

En esta fascinante novela erótica cuyo nombre es el reverso del título de otra novela erótica (Desnudarse era lo que ella no quería, de Adolf Muschg), el uruguayo Andrés Urrutia nos narra la historia de la obsesión enfermiza de Mara y Hernán, una pareja que mantiene una relación marcada por el masoquismo. A medida que se avanza en su lectura, la misma obsesión que envuelve a los personajes y que poco a poco contagia al narrador («Quizás, me digo, he comenzado a tener por Mara la misma obsesión que atormentaba a Hernán, pues, al igual que lo imagino a él, paso horas leyendo estas páginas manuscritas y dibujo en mi mente a su autora») se apodera también del lector.
Andrés Urrutia (seudónimo) nació el 6 de noviembre de 1961 en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Se dedica a la profesión de abogado y a la docencia universitaria. Además de Ella sólo quería estar desnuda, también ha publicado la novela erótica “La falsa María”.
El autor nos ha declarado que desea «explorar en el sentido último de las relaciones humanas, las cuales siempre, aunque teñidas de sentimientos piadosos, ocultan relaciones de poder».
Impresión en Word para distribución y consumo personal a través de Internet.
Fotografía de portada: Giuseppe Sarcinella
Edición: octubre 2009

Prólogo – Una irreverente profanación
Capítulo 1 – El comienzo de una obsesión
Capítulo 2 – La génesis
Capítulo 3 – Primera búsqueda
Capítulo 4 – Los manuscritos de Mara
Capítulo 5 – Los juegos inocentes
Capítulo 6 – Historia de Mara
Capítulo 7 – Al día siguiente
Capítulo 8 – Apuntes del autor
Capítulo 9 – Julia
Capítulo 10 – La revelación
Capítulo 11 – Otros apuntes del autor
Capítulo 12 – De cuando Mara descubre su vicio
Capítulo 13 – Las dudas de la víspera
Capítulo 14 – Un caso peculiar
Capítulo 15 – El encuentro
Capítulo 16 – Últimos apuntes del autor


P R Ó L O G O
Una irreverente profanación



- I -
No había misericordia en favor de paliar el llanto del niño de cinco años que yo era, y mis lamentos se tornaban en odio hacia mi abuela paterna. No era capaz de razonar con la lógica que ella aplicaba poco después que la gata parió sus crías. Los gatos en aquella casa estaban censados, no había un fin procreador en el corral, la lascivia animal las llevaba a preñarse y mi abuela de modo consecuente esperaba el parto para matar sus criaturas. Me alejaba corriendo de aquella casa para no ver y sufrir el destete y posterior asfixia de aquellos neonatos dentro de un cubo con agua, ante una madre recién parida que con sus fuerzas agotadas y abandonada en su dolor tan solo podía clamar con maullidos de impotencia. Aquella escena de mi infancia se repitió varias primaveras. A lo sumo, y no siempre, apenas uno o dos gatinos sobrevivirían gracias a la mera preferencia de mi abuela y su particular gusto por el aspecto de las crías y a la existencia de algún encargo que actuaba sobre ellos como sentencia que redimiera de aquella muerte.
¿Qué insensibilidad tiene el ser humano que no respeta los sentimientos de maternidad y amor de una gata con sus crías? ¿Acaso los hombres formamos parte de la regulación de esa especie? Ya como niño, y hoy como adulto, sigo pensando que aquello era un crimen en toda regla. Aunque atribuyamos a los gatos más instintos que sentimientos, no concibo que la especie animal actúe sin éstos últimos.

El amor, o lo que entendemos por amor, ha evolucionado en los hombres respecto de la mayoría de especies animales. Le hemos introducido una consonante moral que los animales no tienen, esa que dice lo que es correcto de lo que no. Y lo que más nos diferencia, es que hemos hecho del amor una forma de absorbente poder sobre el ser amado hasta poseerlo finalmente al modo que nos interesa. Creo que esto lo hacemos desde que éramos fetos en el vientre de nuestras madres, y posteriormente por mimetismo aprehendido de los adultos que nos han rodeado durante nuestras vidas para terminar reproduciendo, con ligeros matices, las mismas pautas de comportamiento amatorio.

Volviendo de nuevo mi vista a los animales, me sorprende que incluso los más dóciles y domesticados mantengan intactos sus niveles de sacrificio y sufrimiento, algo a lo que los humanos somos cada vez menos tolerantes. Algo influye el tiempo que las crías disfrutan del amor de sus procreadores. No han cumplido el primer año cuando tienen que enfrentarse por sí mismos a los retos de sus respectivas vidas. No les es posible un amor posesivo hacia su ser querido, éste le rechaza para que afronte por sí solo lo que el futuro les depare. ¿Es que dejaron de amar o es que es posible otra forma de amor?

Mis sentimientos y gustos sobre la dominación y sumisión voluntariamente consentidas empiezan a forjarse de un modo sostenible cuando apenas contaba con una mayoría de edad legal, quizá antes incluso. Transcurridos varios lustros, mis experiencias vividas han tenido resultados muy diferentes. Siempre ha permanecido en mí la inquietud de ir más allá, en un caminar constante hasta conseguir los favores de una mujer que se sometiera bajo las condiciones de una esclavitud voluntaria. Una inquietud por la búsqueda constante de los límites de la voluntad humana, en este caso de dos, la mía de someter y la de ella por ser sometida. Creo firmemente en que hay otra forma de amar, que nos resulta compleja de explicar, y aún más difícil de entender si es aplicada por los humanos. Una forma de amar que no pretende absorber ni poseer, una forma de lealtad que se sustenta bajo el yugo y la autoridad otorgada a la contraparte que requiere una disociación de los sentimientos de amor de los sentimientos de poder.

Y es que poder es el otro anhelo permanente asociado a la mentalidad humana. Todos queremos mandar sobre otros, incluso, en aquellos situados en el escalafón humano más bajo de la cadena de mando, tales como el niño que ejerce poder en sus juguetes y amigos imaginarios o el adulto que ejerce su autoridad sobre los animales domésticos. Entrenar a un perro para que resulte obediente no es tarea fácil para cualquier persona por muy inteligente que ésta sea. Por eso me llama la atención que muchos mendigos desamparados del amor humano deambulen por las calles acompañados por perros que se muestran sumisos a las órdenes de sus dueños satisfechos de la autoridad que inflingen, autoridad que han desahuciado para ordenarse a sí mismos.

¿Qué queda, pues, si separamos poder de amor? Queda el amor a la autoridad por el hecho de ser ejercida, ni siquiera por ser recompensada. A tal punto hemos llegado para complicar este aspecto en la historia de la civilización humana que consideramos loco a aquél que piensa de ese modo entre los terrenales y solo dispensamos una excusa a aquél que atribuye ese amor a dios, sea cual sea la religión que le cautive. No desestimo esa forma de amor, y la considero recíproca por parte de quien la posee, aunque la convierta en objeto o cosa que le pertenece, cual guerrero que se aferra al arma que le protege la vida, ese arma que limpia cuida y afina con esmero y deleite para tenerla presta en el siguiente combate.



- II -
Querida, disculpa mi osadía. Sé que estoy haciendo una irreverente profanación, creo que por buena causa, un ilegítimo derecho que me otorgo.
Has visto que en la medida que avanzamos en la alfabetización tecnológica, cada vez es más frecuente emplear la multimedia para obtener libros para consumo particular. Internet es un proveedor inagotable de recursos para la lectura que le interesa a cada individuo. Tanta es la intensidad de accesos y fuentes que, llegado a un punto, no podemos averiguar qué texto es virtual y cuál es además físicamente tangible. La calidad de los textos descargados es otro asunto que deja mucho que desear: los hay que son páginas escaneadas de un libro editado en papel; otros tantos son copias tecleadas expresamente con muy desigual resultado de estilo, formato, ortografía… y, las menos de todas las opciones son aquellas copias archivadas de maquetas de libros previos a su impresión final. Tanto el hallazgo de una obra que considero valiosa como la calidad en que la he encontrado son las razones que justifican mi delito de prologar esta novela. Llegó a mis manos como una pieza desprestigiada por su mala calidad de formato y los múltiples sitios donde puede hallarse y descargarse. Rastreando en una búsqueda concienzuda desestimé finalmente que fuese una obra publicada en papel por alguna editorial. De todas las fuentes a las que accedí, la que mayor credibilidad me inspiró fue la hallada en el sitio www.badosa.com, es en ese sitio donde creo que el autor quiso alojarlo, para el gratuito acceso a la lectura de cuántos quisiesen. Que su autor firmase bajo el seudónimo de Andrés Urrutia tampoco ha ayudado para darle la dignidad que se merece. Y, finalmente, al ser una obra considerada novela erótica la situó en la categoría de lecturas vulgares para un consumo rápido a través de Internet. De modo que esta edición que llega a tus manos trata de desempolvar la que desde mi punto de vista y experiencia es una obra muy a tener en cuenta. He trabajado en el formato de la misma, la he protegido con las herramientas que tengo a mi alcance y con el prólogo invito a mis conocidos con gustos similares a compartir dignamente su lectura.



- III -
Ella solo quería estar desnuda se me antoja un título bastante empobrecido para la cualidad de una novela, aparentando ser lo que no es, aunque quizá en eso radica también su valor. Pareciera que el autor quisiera dar simple desahogo a una mente calenturienta y a unos lectores que busquen excitarse. Más adentro descubrimos que apenas hay palabras encendidas ni escenas de sexo. Aún así, Mara se desnuda, pone su alma y narra la experiencia que vive con Hernán, quien no termina de comprender el afán de aquella mujer por someter la voluntad entregada llegando hasta el extremo de asfixiar su vida cotidiana.

Es una exploración de los límites de dos personajes que actúan en un tiempo indeterminado de sus vidas bajo las peculiares condiciones de la asimetría que proponen las relaciones de dominación y sumisión. No hay banalidad sobre el amor, al contrario, de forma expresa se esculpe en el proceso y los términos que la esclavitud espera, aquel amor egoísta y posesivo queda atrás y se traslada para amar exclusivamente el poder que subyuga sin esperar nada más. No hay por parte de Hernán un aprecio a la criatura que se somete, al contrario, el aprecio proviene de su uso, e incluso del aprecio cuando no es usada. Ninguno de sus protagonistas son seres extraordinarios que viven en lugares extraordinarios, no hay castillos ni mazmorras, ni poder ni dinero que los haga particularmente únicos. Son como el común de los mortales, seres que expresan íntimamente sus preferencias de un modo anormal, ese es el valor especial que confirma que bajo esa realidad es posible enfrentar los retos y destinos de nuestras vidas.

Aquellos como yo, que comparten la inquietud de explorar la condición de la esclavitud voluntaria encontrarán una obra apropiada para reflexionar y la tendrán entre sus favoritas para recordar en el futuro compartiendo sus opiniones y análisis con otras personas en las que encuentren preferencias similares.

Gabrel
Octubre 2009

Fotografia: Victor Ivanovski

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